Lamento Borincano
Hay dos versos en la canción “Lamento Borincano” de Rafael Hernández Marín que me causan un nudo en la garganta cada vez que los escucho o los canto: “¿Qué será de mi Borinquen (Puerto Rico), mi Dios querido? ¿Qué será de mis hijos y de mi hogar?”
Es una vieja canción y una vieja historia. El Jibarito, término que se utiliza para referirse a las personas de las regiones montañosas de la isla que utilizan métodos agrícolas tradicionales, carga en su caballo las viandas, tubérculos y frutas que ha cultivado en su tierra, y se dirige a la ciudad para venderlos. El camino desde el campo hasta la ciudad es largo. Sin embargo, El Jibarito canta todo el camino, imaginando el hermoso vestido nuevo que le comprará a su esposa con el dinero que ganará ese día.
Lo que encuentra en la ciudad le rompe el corazón. Nadie compra nada de lo que ha trabajado tan duro para sembrar y cosechar en su tierra. La ciudad parece vacía –sin ánimo, sin vida– y desesperadamente pobre. El Jibarito llora, no sólo por él sino por su Borinquen, por sus hijos y por su hogar. La canción fue escrita el mismo año en el que mi abuelo compró su primer par de zapatos cerrados, dejó a toda su familia en Isabela, Puerto Rico y aterrizó en la ciudad de Nueva York, en uno de los primeros vuelos comerciales desde la isla. La canción captura el amor, la angustia y la añoranza que llenaban su corazón cada vez que le preguntaban por qué se había ido de Isabela, donde su familia había vivido durante generaciones, para venir al frío de Nueva York a trabajar como cocinero de comida rápida en un restaurante donde le decían “Chico” porque su primer nombre, Nemesio, era demasiado largo y difícil de pronunciar. Es el dolor que nace de saber que el hogar que conoces visceralmente, quizás no sea el mismo lugar que en un futuro le ofrecerá oportunidades a tus hijos y a tus nietos.
Para mí, una “nuyorican” de toda la vida (alguien con sangre puertorriqueña y ancestros que son de la isla pero que residen en la ciudad de Nueva York) con una educación y estabilidad financiera, gracias a que mis abuelos de ambas partes de mi familia abordaron esos aviones hace tantos años –la canción despierta un anhelo de volver a esa islita y, como El Jibarito en su finca, desenterrar raíces profundas y comenzar a sembrar las semillas de un futuro, para mí y mi hija, sí, pero también para mi Borinquen.
Y para mí, Plenitud PR es una parte importante de mi regreso a casa.
Descubrí Plenitud PR por casualidad mientras investigaba el daño a la tierra causado por el monocultivo corporativo de azúcar y café. Mi tío me había dicho que, en ciertas partes de la isla, la tierra y el suelo están tan agotados por el uso excesivo que ya no crece nada. Cuando fui al Econo (supermercado local) a hacer compras, me sorprendió descubrir que la mayoría de los productos eran importados. ¿No podemos cultivar mangos y piñas aquí? ¿Por qué estos plátanos son de República Dominicana? Tío José tiene un palo en el patio. Pueden crecer aquí. ¿Y por qué puedo comprar maduros a “dos por peso” en cualquier supermercado de Nueva York en las comunidades Caribeñas, pero en el Econo de Rincón están a 85 centavos cada uno?
Me emocionó descubrir que el trabajo de Plenitud PR está arraigado en la agricultura– en los sistemas alimentarios locales, en la alimentación del pueblo de Las Marías forjando conexiones profundas con la madre tierra, y con la salud y el bienestar de jóvenes y envejecientes.
Y, fundamentalmente, con lo que reconocemos como la obra radical de la soberanía puertorriqueña, que incluye un llamado a todas las personas que se hacen llamar hijos e hijas de Borinquen –en la isla y en la amplia y creciente diáspora.
Así que inmediatamente me convertí en una Sustentadora de Plenitud, una donante que aporta $75 al mes. Inmediatamente me dieron la bienvenida a la comunidad de Plenitud PR– ¡virtualmente, por teléfono y en persona! Conocer a Naina Ramrakhani en Nueva York por primera vez, y escuchar su historia de origen con Plenitud PR, me mostró que lo que percibía sobre el espíritu y el sentido de propósito de la organización era real–no era solo un sentimentalismo diaspórico que se salía con la suya. Ésta es una organización, sí, pero también es una comunidad intencional de personas que unen sus manos, corazones y mentes creativas para hacer un trabajo generativo y sostenible para los seres humanos con quienes se sienten profundamente conectados.
Como Directora de Compromiso Mundial en Trinity School en NYC, mi sueño es cultivar un enlace duradero, comprometido y de apoyo mutuo entre mi escuela y Plenitud PR. Aunque todavía estamos en las etapas de desarrollo de esta relación, tengo fe de que, una vez que podamos llevar a mis estudiantes y colegas a Las Marías– y allí podamos trabajar, jugar, comer y hablar juntos con la comunidad de Plenitud PR– se sembrarán semillas de algo maravilloso. Puede que no sepa cómo será la cosecha, pero me gusta imaginar que El Jibarito estaría alegre una vez más.